La autopercepción comienza a formarse con la conciencia que el bebé adquiere de su propio cuerpo como unidad distinta de los objetos. Poco a poco el niño va descubriendo que cierto tipo de comportamiento provoca una reacción determinada. El tratamiento que recibe en esta época de su vida repercute – por lo menos en parte – en sus habilidades y rasgos de carácter a futuro. Entonces, podríamos suponer que la percepción de la propia personalidad tendería a coincidir con la manera en que los demás la consideran. Sin embargo no siempre es así. Probablemente nunca nos vemos de la misma manera en que los otros nos ven. Existe cierta disparidad entre el autoconcepto y la personalidad real u objetiva. Si esta disparidad es demasiado grande, podrían surgir serios problemas. La persona tratará de racionalizar o ignorar la evidencia que le resulta incompatible con su propia versión subjetiva. En vez de limitarse simplemente a modificar la evaluación que ha hecho de sí mismo, podría recurrir a complejos mecanismos de defensa para mantener su autoconcepto incólume.
Recordemos la teoría que elaboró Freud acerca de la personalidad. En su psicoanálisis identificó tres principios diferentes: el Ello, que sería aquel elemento incosciente de la personalidad; el Yo, elemento racional y práctico desarrollado a través de la toma de conciencia de sí mismo y del mundo, y que trata de controlar los poderosos impulsos del Ello; y el Superyo o la conciencia moral, constituído por las restricciones y por los valores éticos aceptados por la sociedad, que el individuo asimila de sus padres y de otras personas. Estos 3 aspectos están intimamente relacionados, y en un individuo sano, deben ser armoniosas. Los impulsos sexuales y agresivos del Ello deben pasar por la censura del Superyo, para que puedan prsentarse de una forma socialmente aceptable. Entonces, el Yo debería tener suficiente influencia sobre el comportamiento para que el individuo pueda enfrentar en forma realista las experiencias de la vida, pero sin sofocar las otras expresiones del incosciente.
-> Cómo la ve su marido: más vieja de lo que realmente es, pero afable. No repara ni en su lunar ni en las joyas que usa.
<- Cómo la ve la máquina fotográfica: tiene 35 años, buena presencia, pero es un poco inhibida. Las joyas son pequeñas.
-> Cómo cree ella que la ven los demás: un tanto sexy. Juzga que su lunar despierta elogios de todos los hombres.
<- Cómo lo ve la máquina fotográfica: más de 35 años, un hombre convencional que transmite confianza. Usa anteojos.
-> Cómo cree él que lo ven los demás: envejecido y agobiado, sin mucha inteligencia. Adulador con sus superiores.